Durante cuarenta años he dado clase en una escuela primaria concertada. He trabajado a diario desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, podía variar ese tiempo. Han sido los más bellos de mi vida. Este trabajo ha sido mi pasión quería amar y ser amada. Estas son las motivaciones que me han impulsado a respetar los horarios y, después de volver a casa a corregir los deberes y programar las clases sobre todo a darlo todo para educar a estos niños con tantos problemas didácticos y dificultades de comportamiento.
Educar significa sacar lo mejor de cada alumno y saber más allá de sus dificultades del presente, tan complejo y problemático. Fui aprendiendo a trabajar y ver en cada uno de mis alumnos sus talentos mas allá de todas sus dificultades, de manera que el niño pudiera afianzar su autoestima. Esto parece fácil decirlo, pero saber más allá es la verdadera dificultad que hay que acometer para poder educar ya que todos somos proclives a juzgar teniendo en cuenta solo el presente.
Al cabo de cuarenta AÑOS DE TRABAJO–PASIÓN entró en mi la enfermedad. Todo cambió de repente. Me vi obligada a tomar medicamentos fuertes a causa del dolor por la metástasis, fui perdiendo mi autonomía y me cuesta caminar.
En esta circunstancia he conocido la minusvalía pero no he perdido mi serenidad. He vuelto a descubrir los valores que llenan mi vida, el calor de mi familia, el sufrimiento de tantas personas que pasan por la misma prueba que yo y he comprobado que en el hondo del dolor y en la oscuridad de la cruz se anuncia un alba de resurrección.
Entiendo ahora que hace falta coraje para afrontar la enfermedad para hablar de ella para hacer como si nada, y para decir a los demás que hace falta la fe para poder luchar. Esto es el cauce que se me brinda para anunciar a todos que Cristo ha resucitado.
María (ex maestra de un colegio concertado)
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