Jesús no entendía muchísimos acontecimientos que le sucedían perseguido y
marginado, pero aceptó la voluntad de Dios y decía al Padre: “ESTOY AQUÍ”.
Ante los acontecimientos y
misterios que nos rodean, lo más importante es ser personas y aceptarnos como
somos. Dios no nos pide una fe ciega, al contrario nos pide que seamos capaces
de abrir nuestro corazón aceptando nuestra vida como somos... pobres pero ricos porque podemos dudar y decidir.
Esta aceptación de mi persona
repercute, en mi familia, en mi
profesión, en mis relaciones sociales e ilumina también las cosas más pequeñas
de la vida a las que no damos importancia, en ellas también reside lo sagrado,
el Misterio.
Jesús nos dijo un día “ mirar los
lirios del campo y las flores no tejen ni
siembran y vuestro Padre las alimenta”.
En las dos frases “Estoy aquí” y
esta última, Jesús nos habla de nuestra identidad y nos invita a capturar
nuestro tiempo, a capturar la plenitud que encierra la vida en las pequeñas
cosas que nos suceden: nuestros hijos, nuestra pequeña comunidad, la belleza de
un atardecer, el abrazo de un amigo.
Sin embargo, nosotros lo que
hacemos es complicarnos la vida. Nos dividimos, imponemos reglas que nos
oprimen. Cuando comemos en familia lo
más importante no es lo bien o mal que esté cocinado, sino sentirnos uno solo,
estar juntos. Nuestra casa no es un hotel impersonal o una humilde pensión en
la que las personas pasan y no se conocen. Cuando llego a casa, llego a mi
familia, a un entorno en el que me siento amado y al que amo.
Algunos dirán que ya no se
vive así que la familia es otra cosa, que las familias están divididas que ya
ni se reconocen, que no tienen libertad, que hay otros que deciden por
nosotros... hasta nuestra intimidad. Necesitamos revelarnos a todo esto y se
empieza aceptándonos, cuidándonos, por eso se nos invita a decir muchas veces:
“AQUI ESTOY”.
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Compartiendo con niños auténticamente romanos, no
se distinguen de los auténticamente asturianos, solo en el idioma |